Pero, ¿qué es literatura? Normalmente- y menuda
coincidencia- son más críticos aquellos que nunca se han dignado a abrir un
libro de la sección juvenil- obviemos la “estupenda” labor de clasificación que
hacen las librerías en sus estanterías-. Si, además, esos libros hablan de
magia, mamíferos alados o cosas por el estilo, apaga y vámonos. Lo más
simpático es lo que continuamente tienen en la boca estos individuos: “eso no
es literatura”.
Será tal vez por el concepto que yo tengo de un buen libro,
por lo que no me atrevo a juzgar sin leer- todos somos muy rápidos para decir
que no tenemos prejuicios-, nunca lo sentenciaré como “bueno” o “malo” sin aclarar
que es opinión personal y no una verdad absoluta- sí, sí, ésa que creen tener
muchos-, ni se me ocurrirá decir qué es o no literatura.
Un buen libro te llama desde la estantería, te hace olvidar
el resto del mundo y, cuando duermes, se preocupa por colarse por tu oído para
que sueñes con él hasta que te despiertes, y entonces continúas pensando en él
tú solito.
No sólo esos creidillos aspirantes a inquisidores
desprestigian la literatura juvenil- y muchos otros tipos de libros, en general
los que, sencillamente, no son de su gusto-, si es que aún le queda algo de
prestigio; también las mismas editoriales que los publican, y lo hacen de dos
formas:
- Bien publican una obra genial, con una trama trabajada y personajes cuidados, original, con gran calidad de gramática y vocabulario, que resulta tener gran repercusión. He ahí la perdición del género que sea, porque a partir de entonces continuarán publicando copias malas que hereden la buena fama y el público de sus predecesoras, dando lugar a un deterioro progresivo.
Es el caso de Los juegos del hambre, de Suzanne
Collins, que han traído detrás una larguísima cola de novelas, a cada cual
peor, con excepciones. Muchos hemos quedado de las distopías hasta el gorro, y
a mí me encantan, pero me gusta también que sean buenas novelas, no un “corta y
pega”: otro trío amoroso, otra dictadura y otra guerra civil o rebelión.
- O bien prescinden de los correctores en su plantilla, porque lo más importante es la portada o “que se parezca a…”. Da igual si en el mismo título patean tres veces la ortografía y gramática española.
Esa transformación de los libros en objeto de mercado, nada
más, es lo que está dañando de tal forma la literatura juvenil.
Puede que existan otros culpables, no lo pongo en duda, pero
al menos nosotros, los lectores somos libres de leer todo cuanto llegue a
nuestras manos, y ya puede ser una maravilla o un maravilloso “pestiño”, el
caso es que llega, nos asomamos a ver qué hay, leemos y, por último, juzgamos.
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